16/3/11

Desbarres de barra. Arroz.

El otro día salí tarde de currar al medio día (un clásico, para variar) y como no tenía demasiado tiempo, me fui a comer a un restaurante que hay cerca del trabajo. No había ido antes, pero me habían dicho que no era muy caro. Mi apretada economía no me permite comer fuera a menudo así que cuando me toca hacerlo intento comer lo mejor ajustando el precio al máximo.

En el sitio me tardaron en atenderme, un coste que hay que pagar por mi saneamiento económico. Cojo la carta para ver que tienen. Especialidades en arroz, bien, me gusta, algo rápido y contundente. La costumbre me hace mirar los precios de los platos que van de los 6’50 a los 18 €. ¡Joer! pienso yo, pero si todos son arroces, ¿cómo se puede triplicar el precio?. Si, ya, lleva más ingredientes, pero la base sigue siendo arroz. Sigo mirando. Paella de Marisco 10, paella de gambas 10, arroz de marisco 9, arroz con bogavante 16, arroz con langosta 18, coño, ¿pero estos dos no viven en el mar y se ponen naranjas cuando los cueces, como las gambas?, ¿habrá mucha diferencia entre la paella de marisco y el arroz de marisco (ya sé que sólo es un euro, pero...)

En pleno debate interno aparece el camarero que me pregunta lo que quiero. Le digo que estoy dudando entre la paella de marisco o el arroz de bogavante y que tenía una duda, que si se le podía echar bogavante al arroz de marisco, me tomaría el arroz con marisco, que al fin y al acabo el bogavante también es marisco, que es como el primo de Zumosol de los langostinos y que si eso le echara menos del resto, sal, aceite, agua, y me dijo que si, y que también me podía cambiar los granos de arroz por bolitas de caviar. Capté la sutil indirecta. Miré la hora y vi que no me quedaba mucho tiempo y pensé, ¡bah!, si al final voy a tener que comer a toda velocidad, me voy a ir a lo más barato y por la noche ya ceno más. Buena decisión pienso.

Maldita la hora, cuando llegó el plato era raquítico, apenas cuatro granos de arroz con dos guisantes y un trozo de ¿pollo? Y el sabor de todo aquello era como comer directamente de una papelera de reciclaje. Y así me tuve que volver a trabajar.

Al final, unas horas después tuve que volver a bajar al bar de al lado porque me estaba muriendo de hambre, a por un bocata de jamón serrano con tomate, rico-rico.

Como siempre, lo barato sale caro.


Situación habitual, ¿verdad?.

Pues ahora la misma situación pero cambiando de sector:


El otro día me di cuenta que necesitaba unos folletos para la promoción que estamos haciendo en mi empresa (un clásico, para variar) y como no tenía demasiado tiempo, me fui a una copisteríadigital/imprenta/distribuidora a la que no había ido antes, pero me habían dicho que no era muy cara. Mi apretada economía no me permite hacer publicidad a menudo así que cuando me toca hacerlo intento conseguir lo mejor ajustando el precio al máximo.

En el sitio tardaron en atenderme, un coste que hay que pagar por mi saneamiento económico. Miro las tarifas, especialidad en octavillas, bien, me gusta, algo rápido y contundente. La costumbre me hace mirar los precios, que van de los 245 € las 10000 octavillas a los 735 € el diseño del tríptico. ¡Joer! pienso yo, pero si todos son folletos, ¿cómo se puede triplicar el precio?. Si, ya, el tríptico se dobla en tres y este lleva diseño, pero la base sigue siendo de papel. Sigo mirando. Díptico en papel 180 gr estucado brillo 1500, Tríptico en papel de 250 gr laminado y tinta plata 1700, ¿pero todos estos no salen de la misma máquina?, ¿se notará mucho la diferencia entre 180 y 250 gr (sólo son 70 gr...)

En pleno debate interno aparece el vendedor que me pregunta lo que quiero. Le digo que estoy dudando entre unas octavillas o un tríptico en papel de 250 gr metalizado y que tenía una duda, que si me podía hacer un buen diseño, me quedaría con las octavillas de 245 €, que al fin y al acabo el diseño son cuatro rayitas, dos colores y una frasecita y que si eso lo pusiera en un papel más delgado, y me dijo que si, y que además lo tendría para mañana por la mañana a primera hora. Capté la sutil indirecta. Miré el calendario y vi que no me quedaba mucho tiempo y pensé, ¡bah!, si al final es para hacer buzoneo de barrio, me voy a ir a lo más barato y ya más adelante haré algo mejor. Buena decisión pienso.

Maldita la hora, cuando llegaron las octavillas eran raquíticas, a penas papel de fumar con el teléfono en una esquina y una foto ¿pixelizada? Y ver todo aquello era como para tirarlo directamente a una papelera de reciclaje. Y así me los tuve que llevar.

Al final, unos días después tuve que volver a encargar el diseño de los folletos a un estudio de diseño, porque me estaba muriendo de la vergüenza, y quedaron ricos-ricos.

Como siempre, lo barato sale caro.

Si quieres pagar por un arroz en blanco comerás arroz en blanco, pero si lo que quieres es arroz con bogavante, pídelo, ¡coño!, pero paga lo que vale.


PD1: ¿Por qué, dependiendo el sector, algunas preguntas suenan realmente estúpidas y en otras de lo más normal?

PD2: ¿Por qué existe la manía de no valorar el diseño, si es lo que mayor valor tiene?

PD3: ¿Por qué todavía hay pseudo-imprentas que se empeñan en decir que no cobran por el diseño (cuando es obvio que tienen a alguien aunque sólo sea maquetando), cuando lo que hacen es bajar la calidad del producto en todos los aspectos?

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